A nivel mundial el Perú sigue dando una pésima imagen. Estamos entre los países más corruptos en una lista de 180 naciones evaluadas en cuanto a percepción de corrupción, según un estudio de Transparencia Internacional en Berlín. Ocupamos hoy el puesto 121; es decir, hemos caído 36 puntos desde la última evaluación.

¿Y por qué hemos llegado a esta lamentable situación que mella la imagen del Perú en el exterior, sobre todo, con los inversionistas?    

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Pesa mucho la elección de Pedro Castillo y las graves denuncias de corrupción, tráfico de influencias, el caso Tarata y, últimamente, fresquito, el caso de “Los Intocables de la Corrupción”, ligados al gobierno de Martín Vizcarra, quienes habían copado al Ministerio de Transportes de donde obtenían grandes ganancias adjudicando obras públicas. Se ha allanado más de 16 inmuebles y decomisado innumerables bienes.                                     

El problema de fondo es que este índice de corrupción nos hace un gran daño como país y nos lleva a la conclusión que las instituciones del Estado están plagadas de lobistas, asaltantes con corbata y una serie de pillos convencidos de que llegar a un cargo público es para enriquecerse a costa del presupuesto público, en desmedro de la población que sigue esperando por agua potable, pistas, colegios, hospitales, etc.                                    

Pero no todo queda allí: esta imagen también afecta al Perú en cuanto a la inversión privada. Pocas empresas se atreverían a invertir en un país donde la administración pública está plagada de voraces roedores que harán lo imposible por robarles su dinero. Lamentable.