El país está desgarrado y enfrenta dos graves problemas: la delincuencia -delincuencia de todo tipo, siempre practicada por los tipos más despreciables, los enemigos más enconados de la sociedad- y la corrupción. Lo que enfrenta Dina Boluarte, la descomposición de su círculo más íntimo, todo es consecuencia de la corrupción que no deja carne entera ni honra en pie.
El primer problema, podría pensarse, depende de que las autoridades se pongan las pilas y tomen las decisiones adecuadas. ¿Pero qué pasa cuando nuestros gobernantes, nuestros jefes policiales, nuestros políticos y todos los que se suponen que deberían resolver en una mesa y luego con acciones los problemas del país, están con la cabeza metida en sus mezquinas preocupaciones, en elaborar libretos para responder a la justicia y engañar a la ciudadanía? Nuestro problema capital no es el carterista, el abusador o el sicario, sino los corruptos que permiten que las peores lacras humanas se conviertan en amos y señores de las urbanizaciones, asentamientos, provincias, ciudades y regiones enteras.
Es lamentable que un editorial no ofrezca una solución inmediata, salvo que la ciudadanía se organice para restablecer el imperio de la ley, pero es que la situación nacional ha llegado a tal extremo de gravedad que sería impropio de la prudencia que pregonamos decir que “chapa tu choro” es una salida eficiente. A pesar de todo, contra todo y digan lo que nos digan, la ley, su espíritu y su justicia, son la puerta de escape.