De todos los nietos, Héctor Zapata fue el único que decidió seguir con la tradición familiar, iniciándose desde pequeño en el mundo de la panadería. Con mucho esfuerzo, se ha forjado un nombre en toda la región y otras partes del país, por el incomparable sabor de sus productos y la tradición que en ellos plasma, como en estas épocas de Velaciones, con las emblemáticas roscas de muerto y los angelitos.
¿Cómo empezó con la panadería?
Es herencia de mi abuelo, él fue uno de los mejores panaderos en Catacaos: el ‘Zambo Marcial’. Yo fui el único que siguió esa tradición. Empecé a los 10 años, le ayudaba a vender roscas de muerto, salía con mis canastas. En mi tiempo libre vendía o hacía las ‘culebritas’ de masa. Cuando acabé el colegio, me dediqué de lleno con un tío, hasta que hace 11 años me compré una amasadora y abrí mi local en mi casa, en el Jr. San Francisco 397. Lo llamamos “San Judas Tadeo”.
¿Toda su familia es devota?
Sí, sobre todo mi hermana. Le hizo un milagro y desde ahí como todo negocio, había que ponerle muchas ganas, pero nunca me desanimé. Al principio, tenía algo como un estigma, el pan me tenía que salir igualito al de mi abuelo, pero poco a poco fui mejorando.
TRABAJO DURO
¿El negocio atravesó por momentos difíciles?
El momento que marcó mi vida fue la muerte de mi hijo. En sí, no es mi hijo, sino mi hermano. A nosotros nos abandonaron, y me quedé a cargo de un varón y una mujercita, estaban en Primaria, y ellos me decían papá. Él falleció hace dos años, y hasta hoy no me recuperó. De ahí ha habido varias anécdotas en las lluvias.
¿Cómo lo afrontaron?
Fue duro, en las paredes sigue la huella del desborde del río. El agua tapó la amasadora. Pero la dejé secar, le hice mantenimiento, la limpié, y rezándole a Dios, felizmente prendió. A veces no había ni qué comer, pero entre todos nos ayudamos. Yo regalaba pan, otros vecinos daban agua, algunos traían velas y así. Recuerdo que el lunes se salió el río, ¡y el jueves llovió torrencial! Lavamos la ropa en la calle, y allí también nos bañamos y así. Sufríamos por el agua.
LAS ROSCAS DE MUERTO
¿Su abuelo también le enseñó a hacer roscas de muerto?
Sí, él me decía que, toda rosca de muerto, tenía que ser labrada con mucho esfuerzo. Me decía: “Todo lo que hagas, hazlo de corazón”. Y así las cosas te salen bien, ¡riquísimas! Mi abuelo fue el artífice de esas roscas. Recuerdo que en las lluvias de 1983, no había levadura, y mi abuelo hacía fermentar las roscas con chicha, ¡quedaban exquisitas!
¿Tiene algún secreto para su preparación?
Mi abuelo les echaba anís y la yema del huevo, y aquí en Catacaos nadie más lo hace. Yo he seguido ese ejemplo y se nota la diferencia. Tengo pedidos de Talara, Piura, Trujillo, Chiclayo, Lima, etc. Todos los años me llaman, y envío de 100 roscas a más.
¿A qué hora empieza a prepararlas?
Desde las 2 a.m. A veces la rosca ni sale ni del horno y la gente ya está aquí para comprar. Es que el anís bota un aroma que los aloca a toditos. Y las roscas vienen con el adicional: la miel. Un día le sugerí a mi esposa esa idea, y pegó bastante. Ahora siempre me piden su bolsita de miel. Claro que también hago los angelitos, en las madrugadas igual. Siempre me piden de varios sitios.
¿Considera que se ha mantenido esta tradición?
Sí. Las Velaciones siguen vivas. Cada año la gente viene. A veces se sorprenden, me dicen: ¿Cómo tienes un letrero que dice ‘Roscas de muerto’? Es trágico”, pero la tradición manda. Hasta mis hijos, cuando ya sienten el olor, salen a gritar: “¡Roscas, roscas!”. Son tremendos. Pero se vende bien y le agradezco a Dios. Me acuerdo que a veces no había ventas, pero yo siempre he mirado hacia arriba. En lo que hago, nunca he retrocedido, ni para tomar impulso. Lo hago de corazón.
Víctor Figueroa Zapata
victor.figueroa@lahora.pe