En la Marcha Nacional del 14 de noviembre, la mayoría de peruanos miraba la televisión desde su casa, pero estos jóvenes seguían en las calles.
Las bombas caían en las avenidas Piérola y Abancay. Muchos manifestantes escapaban desesperados sin poder respirar, mientras otros neutralizaban las bombas con agua y bicarbonato. Algunos vomitaban o al no poder ver caían llorando hasta ser jalados por otros a zonas ventiladas.
Así relata Diuliana Valdiviezo Palacios, una comunicadora piurana que participó como brigadista. Su misión era rescatar, curar o trasladar a los heridos hacia las ambulancias, postas u hospitales.
“Todos tenemos preparación de paramédicos. Nuestro protocolo era ir pegados a las paredes, en fila india, caminando lentamente, identificándonos con cruces rojas en nuestra vestimenta y cascos».
En las protestas, que empezaron el 9 de noviembre cuando fue vacado el expresidente Martín Vizcarra, no importó el COVID-19, aunque todos usaron mascarilla.
En la marcha nacional, los jóvenes querían gritar y mostrar sus pancartas contra Manuel Merino, frente al Congreso de la República, Palacio de Justicia o Palacio de Gobierno. En el sexto día de manifestaciones de rerpente Diuliana Valdiviezo se encontró con Bryan Pintado.
“Sabíamos que la marcha del sábado no iba a terminar bien. Nos preparamos como si estuviésemos yendo a la guerra. Llevamos unas camillas de campaña. Los chicos (manifestantes) estuvieron en el cruce de Piérola con Abancay. Nosotros estábamos a un lado. Cuando salió la primera ráfaga de bombas lacrimógenas, como 15 o 20, los primeros heridos tenían cortes en la cabeza, cuello, espalda, brazos, tanto por perdigones como por las bombas. Había gente convulsionando, muchos asfixiados».
Pasadas las 8 de la noche del 14 de noviembre empezaron a llover los perdigones y bombardas como fuegos artificiales y los insultos.
Quienes estuvieron en la marcha nacional saben que el vinagre blanco se convirtió en un elixir para volver a la vida, ante la asfixia. Ahí veías, entonces, a los chicos incógnitos con mascarillas y guantes de protección neutralizando el gas lacrimógeno.
En esos momentos Bryan Pintado cae herido y Diuliana lo toma en brazos: “Sangraba en la cara y en el cuerpo. Lo limpié para ver de dónde venía el sangrado, tenía muchas heridas. Inmediatamente lo cargamos con mis compañeros por unas 6 cuadras, los taxistas tenían miedo de llevarnos. Me tocó bajarlo en el hospital Guillermo Almenara y llevarlo al área de Shock Trauma. Hicieron lo que pudieron y al cabo de unos minutos lo declararon muerto”, recuerda.
Walter Hupiu Tapia, un fotoperiodista peruano con años de experiencia cubriendo protestas, sigue “desbordado y empequeñecido” por todo lo vivido.
“Estas marchas solo puedo compararlas con la de ‘Los cuatro suyos’ el año 2000. Aquella vez eran los grandes quienes salieron al asfalto. La actitud y consciencia de combate urbano son las mismas, los aprestamientos y piquetes de primeros auxilios también, con focos de lucha en varios puntos en simultáneo. Pero esta vez han sido los jóvenes».
Las vías del centro histórico de Lima en las cercanías de la Plaza San Martín, como el Jr. Lampa, se cubrían de casquillos, botellas, ropa sucia, mascarillas sueltas y rocas. No faltaron los ambulantes que vendían banderas, polos o agua.
Algunos jóvenes conseguían piedras y pedazos de concreto de los jardines o veredas. Esto sucedió en la Plaza de la Democracia: cogían grandes bloques y los golpeaban contra el piso para que se partieran en varios segmentos, que luego lanzaban hacia la Policía.
A lo largo de la noche del 14 de noviembre, en medio de los actos de violencia, un helicóptero de la Policía monitoreaba a los manifestantes. Abajo había solidaridad, la solidaridad de un poco de agua, bicarbonato para desactivar bombas o vinagre por la democracia y contra la corrupción.
Diuliana Valdiviezo, talareña de 34 años, quien ya ha participado en numerosas emergencias socorriendo personas, hace una pausa ante todos sus recuerdos, dice que es la semana más dura y dolorosa que le ha tocado vivir como generación.
Y termina: «El martes 17 de noviembre —tres días después de la tragedia— pude lavar mi polo de brigadista. Aún tenía la sangre de Bryan».
Por Gerardo Cabrera, colaborador de El Tiempo de Piura. Fotos: Walter Hupiu Tapia y Diuliana Valdiviezo.